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(escribe Sergio Pérez) En la jornada de hoy dio inicio la primera de cinco jornadas del Curso sobre Conservación de Instrumentos Musicales promovido por ICOM Music en modalidad virtual, con participantes de varias partes de Latinoamérica, del cual participamos como gestor cultural y estudiante de la tecnicatura universitaria en bienes culturales, músico y apasionado de los instrumentos, en especial la guitarra. La escena inaugural dejó un clima de expectativa serena. La sala de Zoom se pobló de acentos y oficios: conservadores, lauderos, docentes, investigadores de museos mixtos, estudiantes y responsables de colecciones pequeñas que conviven con calendarios escolares y presupuestos justos. La anfitriona, Ximena Palacios Uribe, abrió el encuentro con una invitación a pensar la documentación como un ejercicio colectivo de largo aliento. No se trata de acumular formularios, sino de asegurar que cada objeto conserve legible su historia material y cultural, con criterios verificables.
Desde Dinamarca, la presidenta de ICOM Music, Marie Martens, enmarcó el programa dentro de un proyecto especial que sintoniza con el plan estratégico vigente y con una meta clara: profesionalizar procedimientos, ampliar la participación regional y fortalecer el acceso en español. Anunció, además, la inminente publicación en castellano del manual de referencia sobre cuidado de instrumentos históricos y actividades complementarias con MIMO y socios académicos, un gesto concreto hacia la circulación de buenas prácticas en nuestro idioma.
El curso nace con un diseño accesible y preciso: cinco encuentros en línea, de dos horas cada uno, con traducción simultánea y costo gratuito mediante inscripción previa. Está dirigido a museos y colecciones de o con instrumentos musicales en América Latina y el Caribe, y admite perfiles diversos que cumplan al menos una condición admisible, ya sea pertenecer a una colección o museo donde se conserven instrumentos, ejercer profesionalmente la conservación de objetos con experiencia en instrumentos musicales, o cursar —o haber egresado recientemente— una disciplina vinculada a la conservación, restauración o construcción de instrumentos. Esta amplitud de puertas expresa una convicción de fondo: el estándar profesional se construye mejor cuando se sientan a la mesa quienes realmente trabajan con las piezas.
La primera sesión, dedicada a documentación, estuvo a cargo de Jonathan Santa María Bouquet, conservador principal de las Colecciones Patrimoniales de la Universidad de Edimburgo. Su planteo fue tan sencillo como exigente: documentar es un proceso sistemático y permanente que registra decisiones, materiales, intervenciones y contextos. El archivo que se crea junto al objeto no es un accesorio; es la memoria activa que permite responder preguntas futuras. La transparencia es un principio operativo: dejar rastros detectables de cada reparación, consignar productos, concentraciones y tiempos, y adjuntar imágenes comparables del antes y el después.
El valor pedagógico de su exposición emergió en ejemplos concretos. Un laúd del siglo XVI y dos clavicordios de talleres históricos se transformaron en casos de estudio para distinguir modificaciones, modas, rutas de comercio y tecnologías constructivas. La evidencia no queda confinada a la intuición del especialista: se apoya en técnicas escalonadas que van de la observación macroscópica a la microscopía, de la luz ultravioleta a la infrarroja, de la radiografía a la microtomografía, con un criterio constante de mínima invasividad. Antes de pensar en muestreos, conviene exprimir lo que la luz, el ángulo y la comparación pueden decir.
La ética apareció en cada pliegue del método. Un objeto no se restaura para satisfacer una nostalgia de origen, sino para preservar capas legibles de su biografía material. La tentación de devolverlo a un supuesto estado primigenio pierde fuerza cuando se entiende que las huellas de uso, los injertos, los cambios de puente, las perforaciones tapadas o las marcas de trastes son capítulos de una historia que informa repertorios, prácticas y mercados. Intervenir sin ocultar y describir sin omitir son dos caras de una misma responsabilidad.
El curso avanzará en octubre con dos ejes decisivos. Geraldhyne Fernández, desde la Universidad Nacional del Litoral, trabajará sobre conservación preventiva, un terreno donde las grandes diferencias entre instituciones se moderan con protocolos claros. La constancia ambiental, la iluminación controlada, la manipulación segura y el monitoreo de plagas no requieren presupuestos descomunales, sino criterios estables, rutinas de chequeo y una cultura del cuidado que abarque a todo el personal. Cristina Bordas Ibañez, de la Universidad Complutense de Madrid, abordará la gestión de colecciones, es decir, la trama administrativa y técnica que articula inventarios, préstamos, seguros, traslados y accesibilidad pública con la protección efectiva de cada pieza.
El diseño pedagógico reserva un lugar central para la práctica situada. Las dos últimas sesiones se dedicarán a estudios de caso presentados por los propios asistentes. Allí se pondrá a prueba el lenguaje común aprendido: fichas comparables, fotografías con pautas repetibles, decisiones justificadas frente a riesgos concretos y resultados evaluables. Esta dinámica invierte la lógica del espectador pasivo y consolida una red de consulta que seguirá trabajando cuando el curso termine.
Uno de los aportes más sugerentes de la primera clase tuvo que ver con el sonido. La documentación acústica no se agota en grabaciones de concierto. Es útil construir bancos de notas estandarizados, con parámetros controlados, que permitan comparar instrumentos, estudiar firmas tímbricas, alimentar laboratorios de organología digital y, llegado el caso, ofrecer sustitutos razonables cuando una pieza no puede ejecutarse sin comprometer su integridad. La preservación del patrimonio sonoro requiere también criterios técnicos y archivos cuidados.
En el intercambio con participantes apareció un tablero de preguntas que retrata la región. ¿Cómo empezar en instituciones pequeñas? Con un protocolo simple y por escrito que pueda aplicarse mañana: identificación básica, estado de conservación, cinco fotografías consistentes, condiciones ambientales del momento de registro, responsables y fecha. ¿Cómo decidir si un instrumento puede tocarse? Con una matriz de riesgo que mida fragilidad de materiales, beneficios informativos y disponibilidad de alternativas de registro. ¿Qué hacer con el archivo digital creciente? Respaldos redundantes, formatos abiertos y revisiones periódicas que eviten la obsolescencia silenciosa de soportes.
La perspectiva latinoamericana atraviesa todo el programa. El acceso a tomógrafos industriales o a laboratorios de espectroscopia no es la norma en la mayoría de nuestros museos. Por eso se subrayó el uso de fotogrametría con teléfonos móviles para modelados tridimensionales, kits de iluminación LED accesibles para lectura de superficies y software libre para fichas y metadatos. No se propone una rebaja del rigor, sino una pedagogía del ingenio que permite comparabilidad sin sacrificar precisión.
En paralelo, el curso actúa como plataforma de alfabetización legal y ambiental. Identificar materiales protegidos por normativa internacional exige saber mirar y, cuando corresponde, analizar. Distinguir hueso de marfil por su estructura, reconocer dalbergias restringidas, registrar procedencias con prudencia y documentar compatibilidades de productos conservantes con el sustrato. La técnica no se despega de la ética ni de la ley; se integra en decisiones que deben ser defendibles ante la comunidad profesional y ante la sociedad.
La promesa más valiosa, quizás, no reside en una técnica puntual, sino en la construcción de una comunidad que habla el mismo idioma de trabajo. Cuando un museo escolar de provincia puede intercambiar una ficha con una universidad europea y ambos entienden exactamente qué se midió, cómo se iluminó y con qué criterios se decidió intervenir o no, el patrimonio gana una capa de protección que no depende del tamaño del presupuesto, sino de la claridad del método.
Este programa se sostiene gracias a alianzas que vale nombrar, porque también ellas enseñan. ICOM Music impulsa la iniciativa con el apoyo de ICOM LAC e ICOM México, acompañada por ASINPPAC, MIMO y la Universidad de Yale. La logística en línea, la traducción simultánea y la gratuidad con inscripción previa revelan una estrategia de inclusión que busca sumar voces y experiencias antes dispersas.
Queda, por último, una idea que atravesó toda la sesión: documentar es cuidar el derecho a preguntar. Un inventario bien hecho, una foto correctamente expuesta, una nota registrada con parámetros claros, una intervención explicada con honestidad, son piezas de una misma garantía pública. Cada decisión técnica, por pequeña que parezca, defiende la posibilidad de que dentro de diez o cincuenta años alguien vuelva a ese objeto y pueda seguir leyéndolo sin adivinar.
El curso-taller de ICOM Music propone justamente eso: transformar la práctica cotidiana en un estándar compartido. En octubre, con la documentación como base, la conservación preventiva como disciplina del día a día, la gestión de colecciones como arquitectura institucional y los estudios de caso como prueba de realidad, la región cuenta con una hoja de ruta concreta. Si la comunidad responde con la misma energía que colmó la inscripción, el resultado se verá en vitrinas más honestas, depósitos más estables, informes más útiles y, sobre todo, en instrumentos que seguirán diciendo quiénes fuimos y quiénes queremos ser.
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