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Osiris Rodríguez Castillos: El anti-héroe incómodo para la cultura progresista
El centenario de Osiris Rodríguez Castillos pasó desapercibido para el Frente Amplio, un
El centenario de Osiris Rodríguez Castillos pasó desapercibido para el Frente Amplio, un "descuido" que revela una profunda contradicción: la dificultad del progresismo para integrar figuras que, como Osiris, desafían los relatos culturales hegemónicos con su radicalidad estética y política.

(escribe Martín Palacio Gamboa *)

Leyendo el más reciente artículo de Silvana Tanzi en Búsqueda, así como el cuestionamiento de algunos músicos que acompañaron la tónica de ese texto, se me ocurrió proponer algunas respuestas. Creo que la ausencia  —hasta ahora— de una conmemoración oficial por el centenario de Osiris Rodríguez Castillos bajo el gobierno del Frente Amplio no es un simple descuido administrativo, sino el síntoma de una contradicción estructural en su política cultural: su dificultad para integrar figuras cuya radicalidad estética y política desafía los relatos identitarios hegemónicos. Osiris —poeta, luthier, blanco devenido frenteamplista, exiliado y marginal— encarna una paradoja que el Estado, incluso en su versión más democrática, no logra resolver. Su obra, una fusión de mito rural y vanguardia política, interrumpe la lógica de la mercancía cultural y cuestiona los mecanismos de patrimonialización que reducen lo popular a consenso. ¿Por qué, entonces, un gobierno que se autoproclama defensor de la cultura popular omite a uno de sus creadores más originales? Tal vez haya que analizar tres dimensiones entrelazadas: la administración neoliberal de la cultura, la dialéctica hegeliana de lo excluido y la crítica a la industria cultural.  

En primer lugar, el Frente Amplio ha desarrollado una política cultural basada en la gestión más que en la potencia transformadora del arte. Su modelo —inspirado en la "democracia cultural" de la UNESCO— prioriza la inclusión de expresiones diversas, pero dentro de marcos institucionales que neutralizan su carga disruptiva. Osiris, cuya obra fusiona el arcaísmo rural con una crítica materialista a la injusticia ("Hay un camino en mi tierra / del pobre que va por pan"), no puede ser reducido así nomás al catálogo de "precursores del canto popular". Su estética desborda las categorías: es gauchesca pero anti-nostálgica, folklórica pero vanguardista, política pero no partidariamente instrumentalizable. Aquí opera lo que Adorno denunció como la "racionalización de lo irracional": el sistema cultural progresista celebra la diversidad siempre que esta no cuestione sus fundamentos. Osiris, al negarse a ser folklorizado ("de la piel para dentro, mando yo"), queda fuera del relato.  

En términos hegelianos, el Estado actúa como "síntesis de contradicciones", pero solo integra lo que puede ser asimilado sin fracturar su orden simbólico. Osiris —con su biografía llena de quiebres (del saravismo a sus simpatías por el MLN, su adhesión temprana al Frente Amplio de los 70, del exilio al olvido)— encarna una negatividad concreta que resiste esa síntesis. Su proyecto fue arrebatar el monopolio de la tradición a los tradicionalistas, algo que ni la derecha ni el progresismo están dispuestos a permitir. El Estado, incluso en su versión progresista, necesita héroes unívocos; Osiris, en cambio, es un anti-héroe que muere pobre en el Hospital Pasteur, olvidado por el mismo movimiento que acompañó desde su fundación.  

Adorno aporta otra clave: la "industria cultural" (aunque algo escasa entre nosotros) no solo homogeniza bajo la lógica del mercado, sino que también administra el disenso. La academia guitarrística uruguaya ignora a Osiris, pese a que su técnica rivaliza con la de Abel Carlevaro. Este silencio no es casual: su música, como escribe Sergio Perez, "duele" al ejecutarla, porque exige un compromiso corporal e intelectual que el consumo cultural pasivo rechaza. Adhiero a la idea de que el verdadero arte es aquel que niega la reconciliación con lo existente; Osiris cumple este rol al convertir el paisaje rural no en escenario pintoresco, sino en testimonio del hambre y la alienación, pero también de la dignidad. El progresismo, al subordinar la cultura a metas pragmáticas (descentralización, acceso), termina reproduciendo la lógica que Adorno critica: valora lo popular solo como recurso, nunca como interpelación.  

El exilio de Osiris durante la dictadura y su marginación posterior ilustran otra paradoja. El Frente Amplio ha hecho de la memoria un pilar identitario, pero solo reconoce a las víctimas que encajan en su narrativa de resistencia. Osiris, censurado en los 70 por su militancia, fue también un desertor de los dogmas: criticó tanto la dictadura como los límites de la izquierda tradicional. Su exclusión refleja lo que Pasolini llamó "genocidio cultural": no el exterminio físico, sino la asimilación selectiva que vacía de sentido a los disidentes. Fue un cuerpo incómodo para el aparato estatal, incluso en democracia.  

Finalmente, hay una razón política oblicua: Osiris desnuda las tensiones de clase dentro del relato nacional-popular. Sus personajes —quileros, pescadores, troperos— son sujetos realmente subalternos, no figuras idealizadas. Al cantar al paisano tensionado por la precariedad, evita la romantización del pobre que caracteriza a cierta izquierda. Esto explica por qué su centenario es celebrado en Sarandí del Yi por músicos independientes, pero ignorado por el Sodre: su obra cuestiona el aburguesamiento de la cultura popular, proceso en el que el progresismo ha sido en buena medida cómplice al convertirla en espectáculo institucional.  

Cierro este post planteando, en definitiva, que el silencio oficial sobre Osiris revela una falla epistemológica en la política cultural del Frente Amplio: su incapacidad para lidiar con lo no identitario. Cuando el Estado administra la cultura, la reduce a positividad, eliminando su capacidad de negar. Osiris, en cambio, es un resto dialéctico: su vigencia depende precisamente de no ser absorbido. Reivindicarlo exigiría, como él mismo hizo, "pensar la historia desde abajo" —no para museificarla, sino para dejar que sus contradicciones sigan vivas. Mientras el progresismo no enfrente esta lección, su celebración de lo popular seguirá siendo, en el fondo, otra forma de olvido.

* Martín Palacio Gamboa : Poeta, ensayista, músico, investigador, periodista cultural y docente de Literatura por el IFD de Rocha

 

 

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