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(escribe prof. Alejandro Carreño T.) Alguien inventó, creo que fue Franklin Roosevelt cuando comenzaba la década de los treinta del siglo pasado, los magnéticos “100 días”, en los cuales el presidente debe demostrar que cumple con lo prometido durante la campaña presidencial. Unos, los menos, lo consiguen; los más se quedan en el camino. Y otros hacen de los “100 días” un manicomio en el que la locura lo consume todo. A este grupo selecto, pero peligroso para la convivencia planetaria, por el poderío que representa su país, pertenece Donald Trump.
Por cierto, ha habido cambios. Para peor. Sustentado en un nacionalismo extemporáneo, el Presidente Trump convirtió a su país en el enemigo público planetario número uno. Amenazas groseras a otras naciones, impropias de un gobernante, medidas y declaraciones abusivas propias de matón poderoso, ultraje a acuerdos comerciales que provocaron alarma en todos los mercados financieros mundiales, desestabilizaron más aún la precaria armonía en que se mueven los países.
Pero estos 100 magnéticos días tampoco significaron nada bueno para el pueblo estadounidense que ha visto cómo, las promesas de paz, orden y justicia económica, fueron reemplazadas por el caos y por el afán grotesco de apoderarse del poder judicial, desestabilizando la también su precaria democracia. Donald Trump ha gobernado con órdenes ejecutivas, bordeando ya las 140, y otras triquiñuelas del gusto de los dictadores, que le han permitido provocar el caos en departamentos y agencias gubernamentales paralogizando sus labores.
Más que el mandatario de la principal potencia planetaria, Donald Trump se asemeja a un cabro chico mimado o a un loco adulto, con un poder en sus manos que es un peligro para los suyos y el mundo, que un presidente sensato, mesurado, que busca la armonía y el desarrollo de su pueblo y de las naciones. Inmigrantes, Groenlandia, insultos, Canadá, delincuentes, universidades, Canal de Panamá, muro, aranceles desvariados, México, despidos masivos de trabajadores federales, problemas con la justicia. Y podríamos seguir nombrando los conflictos que ha desatado tanto dentro como fuera de los Estados Unidos.
Como todo loco autosuficiente, jura que lo está haciendo de maravillas, tal como lo declaró en una entrevista al Time el martes pasado: “Lo que estoy haciendo es exactamente lo que defendí en mi campaña”. ¿Será? El académico de Asuntos Públicos e Historia de la Universidad de Texas, Jeremi Suri, en declaraciones al diario La Tercera de Santiago de Chile, dijo: “Creo que los primeros 100 días han estado llenos de caos y controversia. Y no han logrado mucho. Ha habido muchas órdenes ejecutivas que luego han sido impugnadas en los tribunales”. Opinión que comparto sin ninguna duda.
Las declaraciones de Suri subieron de tono y situaron el comportamiento político de Trump en el nivel que, al parecer, mejor le acomoda al controvertido presidente: “La medida más preocupante es intentar usar la presidencia para actuar más como un dictador que como un funcionario demócrata, emitiendo más órdenes ejecutivas, una tras otra, llenas de información falsa y órdenes ejecutivas que violan la Constitución, como la orden sobre la ciudadanía y otras”. Se siente cómodo jugando a ser todopoderoso.
Donald Trump es un presidente disparatado, imprudente, irreflexivo. Sus pulsiones lo llevan a gobernar su país y entender las relaciones internacionales como si fuesen el patio trasero de una de sus mansiones. Por eso es peligroso, porque los locos se aferran a su locura y quieren que el mundo participe de ella, por las buenas o por las malas. Y van recién 100 días.
Tendremos un loco suelto en la Casa Blanca por mucho tiempo más.
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