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(escribe prof. Alejandro Carreño T.) En mi columna del miércoles 4 de setiembre, “El dios-charlatán Nicolás Maduro”, publicada en este mismo medio, me refería a las payasadas de Nicolás Maduro. Por lo menos a algunas de ellas, puesto que debe haber otras que ignoramos. Sin duda, el dictador de Venezuela, ladrón de elecciones, es un fabricante de payasadas. Muchas veces me he preguntado, por lo mismo, si el delfín de Hugo Chávez no sufre de idiocia, esa enfermedad que implica en una deficiencia significativa de las facultades mentales, que puede ser congénita o adquirida en los primeros años de vida.
Con idiocia o sin ella, lo cierto es que el comportamiento de Maduro dista mucho de ser normal, a pesar de que los políticos suelen tener conductas que escapan a lo que se puede llamar de comportamiento normal, ya sea por actitudes o por declaraciones fuera de toda lectura comprensible para la gente. Pero el caso de Nicolás Maduro solo es comparable con los ejemplos descritos en la mencionada columna del 4 de septiembre. Él se regocija con sus desatinos, propios de su estropicio mental, que comenta en público y pide la anuencia de la audiencia como un actor de comedia loca.
La última chifladura de Nicolás Maduro, la de esta semana que termina, porque ya nos está acostumbrando por lo menos a una por semana, se relaciona con el presidente argentino Javier Milei a quien, como es de todos conocidos, no pierde oportunidad de envolverlo con toda suerte de epítetos y frases insultantes como “nazi, fascista, error de la historia”. Milei y Boric son sus juguetes predilectos del amplio abanico de presidentes latinoamericanos barridos por el dictador venezolano. Pero esta vez fue el presidente argentino el premiado o, por lo menos, el que deberá cuidarse de los malos espíritus.
En un congreso antifascista con delegados de 95 países realizado en Caracas, en un show a todas luces preparado, con un afiche del jugador Diego Maradona enarbolado por alguien del público, Nicolás Maduro, al mejor estilo de un chamán farandulero, recordó el reloj que Maradona le había regalado y simplemente lo invocó: “Este es el reloj que me regaló Diego Armando Maradona en el cierre de campaña de la Avenida Bolívar. Era su reloj. En el año 2018. Y cuando me pongo el reloj, el Diego está conmigo”. Y el reloj de Maradona se le subió a la cabeza, le avivó los sesos, lo necesario, para ponerse las ropas de chamán:
“Aquí está el Diego con nosotros. El Diego de la gente. Cómo hace falta Diego para que le diga sus cuatro verdades a Milei. ¡Diego, te pido algo! ¡Jálale las patas a Milei cuando esté dormido! ¡Preséntate en el cuarto y le jalas las patas! No sé si el espíritu de Diego Maradona lo habrá escuchado o no. O si estaría en condiciones de escucharlo. En todo caso, no será difícil saberlo, porque si en los próximos días ningún espíritu ha venido a jalarle las patas a Milei, significa que Maduro tendrá que cambiarse por otro espiritista más competente.
En todo caso y como suele ocurrir con los locos, si dirigió a la platea, ¿de locos también?, y les pidió su opinión sobre su invocación: “¿Les parece buena idea que les jale las patas?”. Y remató su locura: “Que no lo deje dormir, chico, tanto daño que le hace al pueblo”.
Mi columna del martes 10 de septiembre, “Continúa el circo venezolano”, publicada también en este medio, la terminaba con esta petición: “¡Que Dios se apiade del pueblo venezolano!”. Con la misma petición quiero terminar mi columna de hoy:
¡Que Dios se apiade del pueblo venezolano!
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