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(escribe prof. Alejandro Carreño T.) Venía en un vuelo privado junto a tres personas: Nagato Kusataka, su asesor personal, Arturo Makino Miura, amigo de sus hijos, y su amigo de juventud, el periodista peruano-norteamericano Jorge Béjar. ¿Por qué Chile? Pudo haberse quedado en México, donde el avión hizo escala procedente de Tokio. Pero el ex presidente procurado tenía otros planes. Y Chile le servía.
Por cierto, fue una sorpresa. Una desagradable sorpresa que puso en duros aprietos al gobierno de Ricardo Lagos. Con toda seguridad le arruinó la tarde de ese domingo 6 de noviembre de 2005, a partir de las 14.30 horas. Ahora Alberto Fujimori era un exiliado en Chile, no por azar, pues lo tenía todo planificado, incluso su “permanencia legal”, mediante el concurso de abogados chilenos que se encargaron de prolongar su estadía. Y para que no hubiese duda alguna de sus propósitos entregó a su llegada a Santiago un aclaratorio comunicado:
“Es grato dirigirme a la opinión pública nacional e internacional para hacer de su conocimiento que el día 6 de noviembre de 2005 partí de Tokio, Japón, por vía aérea, con destino a la ciudad de Santiago de Chile”. Todo lo grato para el hombre que gobernó el Perú durante 10 años con mano de hierro, desde 1990 a 2000, y que murió el miércoles pasado a los 86 años de edad, no lo fue para el Presidente Lagos, que más de algún problema diplomático tuvo con el gobierno de Alejandro Toledo.
Fujimori vio en Chile el trampolín útil para su retorno a Perú, “y cumplir con el compromiso adquirido con un importante sector del pueblo peruano que me ha convocado para que participe como candidato a la Presidencia de la República en los próximos comicios del 2006”, como dice en otra parte del comunicado. Pero las cosas se le complicaron y su frustrado propósito lo obligó a permanecer en el país, disfrutando de una estadía que, si no era plenamente placentera, por lo menos era relativamente normal para alguien en su posición de exiliado no querido.
Finalmente, el veranito de San Juan de Alberto Fujimori en Chile, donde también vivió buenos momentos y no solo penurias, llegó a su fin y pudo volver a Perú, no en las condiciones que él soñó, sino extraditado. Su peregrinaje por Chile terminó el 17 de septiembre de 2007. Veinticinco años lo esperaban en Barbadillo, la cárcel de alta seguridad en las afueras de Lima. Había salido en libertad en diciembre pasado por orden del Tribunal Constitucional del Perú y muy a pesar de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
Hoy, el que fue condenado por una serie de delitos como “asociación ilícita para delinquir, falsedad, homicidio calificado, lesiones graves y desaparición forzada de personas” (biobiochice.cl), descansa no sé si en paz, pero su legado político, el fujimorismo, sí permanece vivo en Perú a través de su hija Keiko. Si algún día otro Fujimori llegará a Palacio Pizarro, solo el votante peruano lo sabe. Por ahora, el Perú vive tres días de duelo decretado por el gobierno de Dina Boluarte.
Pero ignoro si todos harán el duelo.
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