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Había prometido que iba a llamarme y anoche pasadas las veinte horas tocó él celular y era él.
Los viernes son los domingos de Luis Alberto, es el dia que no trabaja, que llama a los amigos y se toma unos tragos.
Después de los saludos, tomó la mano de los recuerdos de mi infancia y adolescencia y me metió de cabeza allá en el Bajo.
Hablaba entusiasmado con los recuerdos más hermosos, me paseó por las callecitas de tierra, me contó anécdotas y entramos en aquellos ranchos humildes de la gente buena.
Hablaba sin parar de sus cuadros de su alma, de los Colores y Esparta.
A veces yo lo interrumpía brevemente para citar nombres, pero enseguida retomaba con su voz inconfundible la autoridad de la charla.
Me contó historias que desconocía, anécdotas maravillosas donde los protagonistas aún siguen vivos aunque hace mucho tiempo se fueron a tomar vino recostados a los mostradores de la eternidad.
Pocho, Quica y Dionisio, Mal hombre y el General Chopitea, Calidad Lozano y el gordo Atilio que un día caliente puso un cartel en el portón que decía, "Aquí vive el último gil".
El Chino López, Tío Rubio y Lolo, Yayo y Celeste.
Horacio y la Piruncha, el Puente, el Piteta Fedullo y Pelo Allende.
Sentados al sol, en los pisos de tierra, con un plato enlozado sobre las piernas, saboreamos los suculentos guisos de los ranchos solidarios dónde ningún guri se quedaba con hambre.
El Ta-Te-Ti del expreso del bajo, los viajes en camión, el chancho en Dolores, la damajuana de vino en Juan Lacaze, y después me recitó el poema del Tuerto Cacho a los Colores campeón.
El rancho del cabo Zapata y la Vaquilla Roa.
Pancho Ocampo, Don Juan Echaniz, Carlitos la mariposa, Emilio y el Tigre Sanguinetti que están aquí, para confirmar las historias.
Historias y más historias en la memoria de su alma, bandideadas de gurises pobres, el reto de Aurelio Piccone que lo puso de pie recostado al mostrador, y Ferruco manso, manso, escuchando óperas...
La bicicleta negra con los guardabarros blancos de Raulito Zubiaurre, mí tía Cecilia y mis primos Burgarello y el Palo Alto todo en el alta voz de mi celular.
Raffo, el Rulo y mi viejo tapizando la cachila de Eliott Ness recostado al cordón de la vereda.
Sonrisas y lágrimas, nostalgias y melancolía, risas y carcajadas en las más de dos horas y media que duró la llamada.
Anoche Taia Carranza tomó la mano de los recuerdos de mi infancia y adolescencia y me metió de cabeza allá en el Bajo.
A nuestro lado el alma y el corazón de Manolo Fernández, su eterno hermano de la vida, confirmaba con la cabeza cada una de las anécdotas, sonreía desde el cielo y acompañaba en silencio la recorrida por el barrio.
Me quedaron mil cosas sin nombrar...
Porque anoche sin apuro, recorrimos el corazón y las raíces del barrio Palo Alto.
Él tomaba unas cervezas en Buenos Aires mientras hablaba, y yo con unos vinos en Mercedes mientras lo escuchaba.
Más de dos horas y media de puro barrio, empaparon nuestras pupilas de gente humilde y buena, con principios y códigos que ya casi no existen.
Podríamos haber alzado nuestras copas a la distancia y proponer un brindis.
Pero no fue necesario...
Cuando terminó la llamada de WhatsApp, sequé mis lágrimas.
Los corazones de Taia y Manolo seguian abrazados...
Se fueron felices cantando por las lejanas madrugadas, del pasado y se perdieron en la oscuridad, por las callecitas de tierra que ya no existen, allá en el Bajo...
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