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(escribe prof. Alejandro Carreño T.) Se podrá o no estar de acuerdo con su planteamiento político, con su falta de entereza y decisión para controlar el estallido delincuencial de octubre de 2019, que le significó al país caer en las garras delictivas que hoy abrasan y abrazan al país, así como entregarlo en bandeja a quienes ahora gobiernan de modo tan desprolijo, tan mediocre y con tanta arrogancia.
Personalmente me hubiese gustado un Presidente, en esos momentos álgidos de nuestro historia, más fuerte, más ejecutivo e inteligente, como de hecho lo era. Tal vez, y esta es la única razón que le encuentro a esta debilidad que tanto le ha costado a Chile, quiso evitar un enfrentamiento entre los chilenos y retirarse con las manos limpias de sangre. Pero el Presidente Piñera amaba Chile. De eso no tengo la menor duda y era respetuoso de la República y sus instituciones. Se le llamó de dictador, por muchos de quienes hoy son gobierno. De asesino. Se le insultó con los peores epítetos, públicamente, a través de los medios.
La izquierda festinó con él, con su familia, con su gobierno. Y no recuerdo que haya salido de su boca ni una sola palabra ofensiva contra quienes barrieron con él sin respetar su investidura presidencial. Ni tampoco alguna acción que significase un atropello al ser humano enemigo. Ni físico ni moral. Ningún revanchismo, a pesar de que la horda de la primera línea estuvo a metros de tomarse La Moneda, pues esa era la finalidad del acto subversivo maquinado por la izquierda, y que hubiese significado el fin de su mandato presidencial y, quién sabe, el fin de su vida. Pero los designios de Dios solo Dios los conoce, y su vida tendría otro fin.
Trágico, también. Como trágico fueron sus dos últimos años en La Moneda, cuando sus propios aliados en el Congreso Nacional, le volvieron la espalda, lo dejaron solo para adherir a sus nuevas amistades de izquierda que, en ese momento, gozaban de las preferencias de un público embrutecido y de una prensa vendida a ese público embrutecido y sus gestores políticos. Una izquierda que lo apabulló a él y su ministerio con acusaciones constitucionales. A nadie le hubiese sorprendido, por lo mismo, si se pegaba un tiro. Pero Miguel Juan Sebastián Piñera Echenique fue toda su vida un luchador, un ejecutivo, un soñador.
Firme en sus principios. Disparatado en sus chaquetas que le quedaban nadando. Incomparable en sus salidas lingüísticas que enriquecieron y alegraron la agenda política y la bitácora presidencial, con sus Piñericosas. Pero, sobre todo, Sebastián Piñera fue un hombre enamorado de Chile, respetuoso de sus tradiciones folclóricas y republicanas y obstinado en sus decisiones cruciales y determinantes, para bien o para mal. Estoy seguro de que los mineros rescatados de la mina San José el año 2010, durante su primer mandato, le deben su vida a este espíritu terco y decidido que fue Sebastián Piñera, que no escatimó esfuerzos por rescatarlos con vida.
Y paseó con orgullo de chileno por el mundo el histórico mensaje “Estamos bien en el refugio los 33”, sin importarle las mofas que su reiterado gesto provocaba.
Hoy, desde esta columna, humilde, pero respetuosa y sincera, le deseo al Presidente Piñera un tranquilo viaje a la eternidad.
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