(escribe prof. Alejandro Carreño T.) No, amigos. No me refiero a la gran novela del chileno Carlos Droguett publicada en 1971, sino a todas esas muertes provocadas por los incendios intencionales en Viña del Mar, la Ciudad Jardín, como se le conoce turísticamente a uno de los principales centros turísticos de Chile, a algo más de una hora de Santiago. Son muchas muertes. Cuando escribo esta columna el número es aterrador: 99 muertes a las 19.30 horas de ayer domingo 4 de febrero, confirmadas por el Instituto Médico Legal, de las cuales solo 32 están identificadas. Son muchas muertes que enlutan un país que, desde hace tiempo, está a la deriva. 

Y miles de casas comidas por las llamas. Del Jardín Botánico, uno de los orgullos de la ciudad, no queda nada. El fuego consumió 1.300 especies, incluyendo un árbol extinto de Rapa Nui. Pero son todas esas muertes las que reclaman justicia, pues, de acuerdo con el Superintendente de Bomberos de Valparaíso, Juan Paredes Brante, el fuego fue intencional: “Ellos vieron cuando se estaba haciendo (otro foco) con líquidos acelerantes en el sector de la Laguna de la Luz parte Sur. Eso es real, eso fue afirmativo. Aunque trabajemos bien, estamos viendo que se sigue quemando a nuestras espaldas”. 

En otra de sus declaraciones recogidas del medio biobiochile.cl, del sábado 3 de febrero, el Superintendente Paredes Brante, dice: “Por la experiencia en el Salto del Agua, sí. Esto es totalmente intencional, eso es una realidad a la que debemos hacer frente, y sobre todo porque se han quemado sectores que no tenían por qué quemarse”. Las palabras de la autoridad bomberil son corroboradas por el gobernador de Valparaíso, Rodrigo Mundaca, que señaló que se utilizarán “todas las prerrogativas posibles para dar con los responsables, porque los incendios se han transformado en homicidios”. 

Las dramáticas y violentas imágenes del fuego comiéndose como dragón hambriento casa tras casa, árbol tras árbol, dejando tras sí esa reguera de muertos, trajo a mi memoria las imágenes de los vándalos y delincuentes del estallido delincuencial de octubre de 2019, quemando las estaciones del Metro, iglesias y museos. Una acción deliberada, insurrecta que tuvo el apoyo irrestricto de quienes hoy están en La Moneda, pero que ayer eran diputados de la República, y se prolongó hasta marzo de 2020. Acción deliberada que requirió de tiempo, estrategia, conocimiento y dinero. 

Junto con estas imágenes dantescas que me recuerdan Santiago ardiendo como si se tratase de un bombardeo, aparecieron también en mi memoria las declaraciones de varios personajes públicos que adquieren mucho sentido ahora, a la luz de todas esas muertes y bosques y casas que un día fueron. No quiero, con todo, ser mal interpretado ni mucho menos responsabilizar a ninguno de ellos. Simplemente recordar lo que un día dijeron, porque el lenguaje construye realidades y cuando se ostenta un cargo de autoridad pública, deben evitarse expresiones de odio que un día pueden adoptar todas las formas de la perversión. 

“Cómo quieren que no lo quememos todo”, dijo la diputada Catalina Pérez, de Revolución Democrática, uno de los partidos más importantes del oficialismo, y hoy severamente cuestionada por los escándalos de corrupción en el caso “Democracia Viva” (febrero de 2021). O Fabiola Campillai, precandidata al Senado por la fatídica Lista del Pueblo, hoy senadora de la República: “Manifestémonos desde donde estemos, salgamos a las calles y destruyamos todo y quememos todo” (julio de 2021). Son, sin duda, declaraciones odiosas e irresponsables que solo siembran más divisiones y dudas en la sociedad. 

O el llamado de un descerebrado como Daniel Stingo, exconvencional constituyente militante de Revolución Democrática, considerado uno de los culpables del fracaso de la izquierda en el Plebiscito Constitucional del 4 septiembre de 2022: “Aprendimos mucho y lo podemos hacer de nuevo, de mejor manera. Un estallido social, quizás sin tanta violencia, en alguna medida” (julio de 2023). Podría citar a otros representantes del oficialismo que han tenido desastrosas declaraciones que, ciertamente, son claros mensajes que incitan al desorden social y al absoluto desprecio por las instituciones democráticas de Chile. 

Todas esas muertes son muchas muertes (ahora suman 112 a las 23.33 horas de ayer domingo), cuyos asesinos requirieron, como en el pasado reciente, de tiempo, estrategia, conocimiento y dinero, claman por justicia. ¿Quiénes son estos asesinos? ¿Qué mentes desquiciadas están detrás de estos actos criminales y vandálicos? ¿Quiénes son los ideólogos de esta nueva barbarie que aqueja al país, pero también lo avergüenza, una vez más?  

Si a Chile le queda una pizca de dignidad, debe encontrar a los culpables así se escondan en el mismo Infierno.  

Y, por favor, no nos vengan con esa película “Los vamos a perseguir, los vamos a encarcelar”, y toda esa retórica con tinte de monserga con que Gabriel Boric pretende adormecer a la gente. 

¡Todas esas muertes merecen algo más que palabras de mierda!