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(escribe Lic. Silvia Otero) Nos criaban desde niñas, o por lo menos en la sociedad patriarcal, con la visión de normalidad frente a la situación cultural de que un hombre podía, vivir su vida sexual como le placiera o hasta ser infiel, mientras que si una mujer hacía lo mismo entonces era juzgada y tachada casi que de promiscua. “Bandidos” eran denominados ellos con total liviandad siendo esto más que aplaudido, alfombra roja casi que parecía faltarles bajo sus pies.
Sin embargo aquella mujer que frente a las mismas necesidades cometía una infidelidad entonces era un poco más que “quemada en la hoguera”, lapidada diríamos culturalmente hablando.
Etimológicamente INFIEL significa “el que ha perdido la fe”. La fe en la pareja, la fe en ese otro que eligió como compañero, la fe en su matrimonio, en su relación, en lo que fuera que implicara un compromiso entre dos.
La infidelidad es llevada a cabo sin el menor grado de conciencia, pues cuando surge el peligro del descubrimiento la reacción ante la posible pérdida de la familia resulta desesperante. Entonces, ¿por qué cruzamos una barrera que sabemos no será gratis?
¿Será que la monogamia en nuestra sociedad occidental es sólo una imposición cultural y no estamos preparados para sostenerla?
En la cultura de medio oriente aún hay regiones que impiden que la mujer pueda luego de divorciarse o enviudar tener contacto con otro hombre, n y hasta hace no mucho tiempo si se descubría que la mujer había cometido un acto de infidelidad, entonces era lapidad en plaza pública en forma de espectáculo, algo así como la horca de siglos atrás. Mientras los hombres con su harem, incuestionable y vivido con total naturalidad para las mujeres musulmanas. Nada de celos, por cierto.
Pero, ¿qué sucede con el concepto infidelidad vs. fidelidad en nuestra cultura occidental para ambos sexos?
Como decía anteriormente, hace años atrás las niñas éramos criadas al mejor estilo Susanita, casarse, jugar con bebes; escobita y pala era el regalo “tipo” y tener todo aprendido para atender a su marido, ni hablar en la adultez de divorciarse ni mucho menos de una aventura sexual o amorosa. No obstante para el hombre no era así en lo sexual, sino que sus relatos, muy exagerados en algunos casos, eran visiblemente sostenidos, apoyados y aplaudidos. Es decir la vivencia de la sexualidad durante la historia reciente era muy diferente según el sexo.
¿Es acaso la monogamia una imposición cultural, o nos enfrentamos a una franca oposición en tanto la infidelidad es la necesidad insatisfecha? ¿Está el ser humano preparado para la monogamia? ¿O culturalmente nos educan para sostenerla? Si es así entonces nos enfrentamos a un temible demonio, nuestras propias pulsiones.
La Pulsión, término referido por Freud, psicoanalista y neurólogo, padre del psicoanálisis, plantea que el ser humano es esclavo de sus instintos, deseos a los que llama Pulsiones, y que estos chocan con nuestros propios aspectos morales.
Moralidad que representa a la sociedad y a lo reprochable. Las denominadas Pulsiones son deseos que buscan satisfacción, pero son aquellos que chocan con nuestros aspectos morales impuestos desde temprana infancia por la sociedad representada en principio por nuestras figuras parentales, (padres) y seguida por los educadores, establecidos e internalizados.
Entonces por obvias razones no deberíamos sucumbir, pero igualmente la infidelidad determinada por circunstancias, emociones, e impulsos es cometida con el consecuente resultado en la mayoría de los casos, de tener que darle la bienvenida a la CULPA.
Y si el sujeto en cuestión no la siente entonces es que no estaría teniendo conciencia de que su acto, si se descubriera, estaría lastimando a otro. Solo la reacción de arrepentimiento provendría de su enfrentamiento con la realidad de su pérdida, o sea egoísmo hasta el final. Es como si de pronto fuera parte del cromosoma. Y solamente un principio de realidad lo hiciera tomar conciencia de su accionar, y en ese momento ya todo podría estar perdido.
En cuanto al significado social es la infidelidad absolutamente condenable por todos, quienes lo han hecho y quienes no, en el fondo sabemos de la amoralidad de dicho acto, pero dicho razonamiento no impide que deje de ser un fenómeno social, ya que ella seguirá existiendo.
Emergente tal vez, ya que su aumento influirá el que se cuente con menos tapujo o, producto de una sociedad posmoderna estresante donde necesito un encuentro fugaz con ese otro del que a veces ni su nombre conozco.
Funciona entonces como anestesia frente al nuevo modo de vida producido por un mundo en donde ese instante sería el único en que más allá de su fugacidad me permite detenerme sin pensar en otro que no sea en mí.
Entonces podemos inferir que ya de por si ese deseo a satisfacer funcionaría como producto precisamente del contexto en que vivimos, pero ahora mujeres y hombres a la par. Tal vez ahora su función, si es que la cumple, sea otra, producto de una cultura que necesita otra “pastilla”. ¿En cuántos casos es una anestesia? como sea, es una trampa mortal, una vorágine que debemos detenernos a pensar.
¿Es que somos entonces esclavos de nuestros deseos y pasiones y la cultura que nos impone diciéndonos a viva voz que podemos herir a otro no alcanza? Porque eso no detiene ni logra que dicho acto sea evitado, de hecho cometemos un acto que sabemos que no es moral, rompiendo con un compromiso establecido.
Pero lo más relevante es que no le fallamos al otro, en ese acto que dura un instante y aunque sepamos que podemos perderlo todo, nos fallamos a nosotros mismos. Somos nosotros los que nos implicamos en una promesa, la de ser fiel; que está implícita en ese vínculo, una promesa que sabemos inconscientemente que si el amor se termina o el deseo, entonces tal vez no podremos cumplirla.
Que esté implícita implica que no es necesario decirlo en caso de no pasar por un altar; se sabe, se huele se siente, y sin embargo lo hacemos, cometemos el acto más atroz para la relación y para el otro que más de una vez ni siquiera lo merecía.
Esto sucede porque un aspecto de nuestro aparato psíquico encargado de la conciencia moral no es tan exigente como debería, esas imposiciones morales no están cumpliendo su función, y gana entonces la otra parte de nuestra psiquis, la que contiene las pulsiones que luchan irrefrenablemente en contra de todo lo moral, para lograr ser satisfechas.
¡Eso nos coloca en simples esclavos de esas pasiones que algunas personas no pueden refrenar, que poco inteligente parece a veces el ser humano! O tal vez no sea cuestión de escasa inteligencia sino de cómo nuestra psiquis nos permite o no manejarnos con aquello que está vedado por lo cultural.
Causas, miles, excusas, varias, soledad, hastío, no es lo relevante, cada casa es un mundo, cuando de infidelidad se trata. La cultura y las imposiciones morales que todos tenemos y que conforman nuestro aparato psíquico están internalizadas en mayor o menor grado, dependerá entonces de cada uno el cómo lo viva en caso de decidirlo. Para muchos será entonces una situación resultante de circunstancias.
Actualmente hay un sector. mayormente en la juventud que denomina esta apertura de vínculos como “poliamor”, en tanto podemos comprender que la cultura lo determina todo, tanto que la infidelidad poco a poco y tal vez dentro de cien años ya carezca de la connotación negativa y dolorosa que tiene.
Respecto de la relación tradicional en donde un caso de infidelidad podría destruirlo todo, o tal vez podría aliviar algún aspecto en quien lo comete ,presentaría mucho más que un simple deseo a satisfacer, dicha pulsión, lo que Freud denomina “deseo a satisfacer” y (todo deseo que busca ser satisfecho no es gratis), siempre se nos devuelve con culpa. El hecho de que la incidencia cultural sea además relevante, quedaría a la vista por este grupo minoritario, que va creciendo en una cultura diferente denominando dicho acto “poliamor”, en tanto cada uno hace lo que desea, con quien lo desea, sin la connotación de rompimiento de vínculos ni compromisos evitando entonces lo negativo de la infidelidad en sí misma y permitiendo tal vivencia en completa libertad y propio consentimiento.
Podríamos detenernos a pensar si ser infiel es llegar a un contacto sexual, o alcanza con tener a un otro u otra en mente, todo podría resumirse más que lo que etimológicamente el término significa.
La infidelidad más que por perdida de fe, podría relacionarse con pérdida de deseo y nueva búsqueda de adrenalina, aquella que una vez fue sentida durante la fase de “enamoramiento”, deseo de seducción, revalorización de autoestima, serían las causas que podrían llevarnos a cometer un acto infiel. Recibir nuevamente aquella mirada.
En cuanto al amor, sentimiento del cual muchos filósofos y psicólogos han hablado, personalmente no considero sea un elemento crucial en esta temática. Ni siquiera que esté en juego en esta ruleta. La persona se pierde en esa aventura y no se detiene a pensar cuánto gana cuanto pierde ni a que costo. Es un accionar que obedece a satisfacer justamente lo prohibido, ese es el hecho, el cometer un acto en donde me pongo en riesgo, en donde casi que puedo perderlo todo y sin embargo la persona lo realiza.
Si bien me siento perteneciente a la vieja escuela e infidelidad es lo que es, cabe destacar que este no es un artículo ni de juez ni de verdugo, es meramente una reflexión sobre el acto en sí mismo, porque al final de cuentas el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.
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