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(escribe Alejandro Carreño T.) Esta columna nace gracias a la generosidad de Aldo Roque Difilippo, pintor y periodista de AGESOR, medio donde escribo una de mis columnas para Uruguay. Aldo me envió un video sobre la Exposición Colectiva Taller al Sur en la Pinacoteca Eusebio Giménez, de Mercedes. Tuve, entonces, la envidiable oportunidad de acompañar la Exposición Colectiva desde la comodidad de mi biblioteca en Santiago de Chile. Un privilegio de chileno afortunado. La columna expresa mi opinión sobre lo visto y escuchado en dicha Exposición.
Lo primero que me llamó la atención fue el sentido sincrónico en la diacronía del arte que anuncia el texto de Fernando Cabezudo, y que aparece constantemente en la grabación para señalar, precisamente, la diacronía del arte que Taller al Sur presentiza en esta Exposición Colectiva: “Saludemos con júbilo la aparición de nuevos especímenes, que desde atrás, desde las cuevas de Altamira, se yerguen como monos altivos y curiosos, oteando el horizonte…”. Un texto magnífico que semióticamente denota y connota la trayectoria del arte.
Esos “monos altivos y curiosos” simbolizados en la evolución de la especie humana y que en la Exposición Colectiva representan aquellos niños, último eslabón del momento sincrónico que comentamos. Los niños son curiosos y artistas por definición, y su presencia en la Pinacoteca Eusebio Giménez es un anuncio alentador de la formación valórica que el arte, como expresión artística, puede ejercer en ellos. El arte visto como una herramienta forjadora de principios como la solidaridad y el respeto por el otro en su otredad.
Es el sentido de lo humano que tiene el arte. Tal como lo dijo el Profesor Ariel Galain en su presentación pausada y reflexiva, como si estuviera escogiendo el color o las formas geométricas para sus palabras: “Nosotros consideramos que la diversidad no es un obstáculo […]. La diversidad implica muchas cosas: implica la diferencia. Y en arte hay muchas más diferencias”. Y la Exposición Colectiva mostró estas diferencias. Ser diferente no significa ser ni peor ni mejor. Significa apenas sentir el arte y la vida, porque la vida como la vivimos es otra de las formas que tiene el arte de expresarse en nosotros mismos, según la necesidad espiritual y técnica de cada artista.
El tiempo ido rescatado en las pinturas de Elbio Altieri, como en la descripción borgiana de sus casas perdidas de Buenos Aires. Sus pinturas me recordaron su ensayo “Sentirse en muerte”. Y Cecilia Carballal con sus mujeres estilizadas y colores que llaman a la ensoñación. La mujer mirando el mar desde la ventana me llevó de inmediato a El túnel, la gran novela de Sábato. Me pareció ver a María Iribarne observando la escena del cuadro Maternidad, de Juan Pablo Castel. Una escena que trasunta poética inspiración la de Carballal. Y los niños frente al cuadro de Isabel Sena en una relación elocuente de arte y la pasión a primera vista.
La artesanía de Nancy Fierro desbordando el espacio con sus formas y sombras, en cuanto Luis Gioia nos confunde con su naturaleza viva y versátil, en que el punto de vista del pintor se encuentra en la propia mirada con que construye su universo pictórico, a diferencia de Leticia Gómez cuya obra, a mi juicio, nace de las profundidades de su conciencia para entregarnos textos pictóricos que nos obliga como lectores a darles forma y contenido. La otredad del arte que yace en el talento de cada uno de estos artistas.
Y los niños que hacen del piso su atelier lúdico para mostrarnos que estos “monos altivos y curiosos”, son la vida que no se detiene y se proyecta en sus creaciones garabateadas y coloridas. ¿Qué diferencia puede haber entre el hombre de Altamira y estos niños que también miran, seleccionan, copian y pintan? El proceso de creación es el mismo. Y la pintura de Aldo Difilippo, con sus paisajes urbanos donde sus personajes asemejan siluetas de sí mismos en una ciudad que pareciera devorarlos. La urbe moderna, fuerte, oscura a veces, pero dominante siempre. Con todo, no nos engañemos: el blanco de sus personajes-siluetas es lo que sobresale.
Qué diferente el trabajo de Luján Sagardía, una retratista de la naturaleza y del hombre. Sus retratos, de mirada profunda, invitan a dialogar con ellos, a preguntarles cómo están y qué hacen aquí. Pero Ariel Galain, el Profesor, juega con la armonía de los colores y su pintura casi geométrica. Cada una de sus figuras, incluso las humanas, conversa con la geometría que quiere devorar el espacio y el tiempo. Como los soles de Alexis Moranti que nacen, se esconden y mueren en secuencias pictóricas notables por los contrastes de luz y sombra en una simbiosis colorida de logrado equilibrio pictórico.
Sí, puedo decir que estuve en esta Exposición Colectiva Taller al Sur. La muestra me confirmó los planteamientos ontológicos del arte como creación: en su diversidad creativa se encuentra la complementariedad que hace posible las diferentes tendencias y escuelas que han poblado su historia. La otredad del arte es su esencia, porque ser diferente significa ser la mirada necesaria que el otro olvidó, o resignó, para ser él mismo.
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