(escribe prof. Elisa Vidal) "Los derechos no se tocan", es la consigna de la mayoría del movimiento obrero, que incluso fue utilizada para el referéndum para derogar los 135 artículos de la LUC. Artículos que fueron reivindicados en las urnas por el voto popular y que de alguna manera fortaleció una ideología neoliberal, conservadora y empresarial que va por todos nuestros derechos. El proletariado tiene que mantenerse en pie y luchando. Y en esa lucha tenemos un nuevo desafío, el derecho a la educación. Ese derecho que, desde una postura personal, es una necesidad.

Hace unos días las autoridades presentaron en el contexto de "su" transformación curricular un documento preliminar del "Marco Curricular Nacional" y se realizó, como es preceptivo en la Ley de Educación vigente, una convocatoria a las ATD de todos los subsistemas, con la finalidad de dar a conocer el documento, cabe destacar, que  pese a estar ya aprobado, se nos consulta en forma ilusoria, para tomar postura y discutir desde nuestra profesionalidad (que además es utilizada según la conveniencia de las actuales autoridades, pues no se convoca a ningún profesional de la educación ni de aula para la elaboración del documento).

Ante ello, nos encontramos con un documento, que sigue la línea ya trazada por las autoridades actuales de la educación sobre la necesidad de la inclusión, el estudiante como centro, el docente como profesional, las competencias como potencialidades y un sinfín de palabrería que esconde más de los que nos dice. En realidad estamos frente algunas puntualizaciones pertinente que como docente de aula y considerando una breve práctica educativa deseo compartir: en primer lugar, llama poderosamente la atención, la necesidad de realizar cambios y presentar como gran innovación las competencias, como parte de un encuadre tentador al mercado laboral, dejando por fuera la educación humanista e integradora, sello inconfundible de nuestro sistema educativo y sobre todo de la enseñanza media. Y acá realizaré un paréntesis, las competencias ya son parte de nuestra evaluación educativa, por lo tanto estaríamos frente a una falsa dicotomía entre competencias y contenidos, las primeras no pueden ser desarrolladas sin estar presente lo segundo; no enseñamos lecto escritura en base a la nada, sino mediante un texto, un contenido que a medida que se va desarrollando se va transformando, asimilando y adquiriendo.  Esta

parecería una premisa irrefutable, la necesidad de que existan ciertas habilidades y destrezas lectoras, de comunicabilidad y elaboración en la producción intelectual, pero desde la coyuntura del contenido y articulando los diferentes saberes desde un marco crítico, teórico y reflexivo. Los y las docentes no estamos en contra de un trabajo inter y multidisciplinario, ni tampoco somos ciegos dando palos a la realidad, pero lo que denunciamos es que para dicha tarea es necesario un espacio de coordinación (horas que fueron recortadas a la mitad por la presente administración), de un "pienso", y de los recursos para implementar planificaciones de esta índole. La Educación Pública no puede ser propulsora de mano de obra calificada o formadora de emprendedores que sólo producen en un mercado donde se llenan los bolsillos unos pocos a costillas de seres humanos que sean capacitados para resolver problemas en favor de las empresas y el mercado laboral. Estamos frente a una situación atípica, donde el ciudadano a pie no puede comprender ciertos matices que hacen a la práctica educativa, pero que los y las docentes en nuestro hacer podemos pronunciarnos, y es en que estos cambios no son tales, sino que lo que cambia son los fines de la educación, ya que los mismos son sustentados por un sector social y sectorial que busca competencias, no para la crítica y la emancipación, sino para la resolución de problemáticas concretas, en situaciones concretas, donde esté en juego el capital de unos pocos.

Ante esto, volvemos a una postura de compromiso ético-política (no partidaria y es importante en este contexto advertir tal diferencia) de que la educación pública además de un derecho es una necesidad, tantos para el estudiantado como para la sociedad en sí misma, pero para que haya inclusión, donde tengamos al estudiante como el centro y los y las profesionales de la educación podamos profesionalizarnos es necesario los recursos, la inversión por parte del Estado y fines que estén sustentados en pro de la humanidad y no con una visión mercantilista. Ahí está la innovación, ahí es donde tenemos que apelar para que desde nuestro rol podamos cubrir las demandas propias de la educación pública. En salones acordes, en condiciones, con infraestructura que busque acoger al estudiante y no expulsarlo. Con contención desde la perspectiva social, donde haya una economía sustentable y la clase trabajadora tenga las condiciones mínimas satisfechas. No podemos crear condiciones sobre estudiantes que a veces su única comida es una vez al día o que están sumidos en depresiones y ansiedades que los llevan a querer dejar de existir porque sienten que esa es su única salida. No estamos capacitados ni es nuestra tarea subsanar las complejidades económicas y sociales de precariedad que estamos atravesando la clase trabajadora. 

Tenemos la necesidad de defender la Educación Pública donde el centro sea la dignidad del estudiante y del docente, que sea una búsqueda por un proyecto de ser humano que pueda cuestionar la realidad, interpretarla y transformarla. Y eso sólo es posible desde dos dimensiones: mayor presupuesto para la Educación Pública y políticas sociales donde en forma verídica el centro sea el y la estudiante y no el mercado laboral.