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(Escribe prof. Iris Caramés Beltrán) El 14 de marzo de 2020, la pandemia motivó que el Consejo Directivo Central de la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP) suspendiera las clases presenciales. A partir del 16, la plataforma educativa CREA y las aulas de Uruguay Educa se convirtieron en el lugar de encuentro de docentes, estudiantes y familias, no sin dificultades.
En la enseñanza, lo primordial es el vínculo del docente con sus estudiantes y de estos entre sí en el marco de la institución educativa de la que forman parte. Durante los primeros días, luego de decretada la emergencia sanitaria, se hicieron muchísimos esfuerzos para restablecerlo. Al cerrarse los edificios que contenían a todos los actores de las instituciones educativas, las interacciones que se dan en ellos se instalaron en las plataformas mencionadas y a la vez, en diversas redes sociales para evitar la desafiliación e informar a sus actores cómo acceder, cuándo, etc. a las clases en línea.
Los discursos de los medios de comunicación (redes sociales incluidas) indicaban, en esos días, que las clases estaban suspendidas a pesar de que los docentes se comunicaban con sus estudiantes y seguían enseñando. Fue interesante constatar, en esos discursos, que no se comprendía que había clases con locales cerrados. A la vez, hacían énfasis en la pérdida de días de clases, de contenidos que no podrían ser abordados, de planes y programas que no se concretarían. Incluso, se llegó a hablar de “año perdido”, cuando en realidad, los docentes seguían enseñando y los estudiantes, realizando actividades para aprender. Claro que, lamentablemente, hubo estudiantes que se desvincularon. Para reafiiarlos, se requiere de estrategias focalizadas que, esperamos, ya se estén implementando.
Esos discursos eran una y otra vez refutados porque, para los que nos dedicamos a la enseñanza, no hay nada perdido siempre que exista el vínculo entre el estudiante y el docente, esté esa relación mediada o no por las tecnologías[1]. Los lazos que se establecen son reales, la empatía es real, los contenidos a enseñar son reales, los procesos de aprendizaje, también. Mal le ha hecho a este tema el término “virtual”, que, por ausencia de uno más preciso, a veces debemos adoptar. Por ello, trataremos de sustituirlo, siempre que se pueda, por “enseñanza en línea”, “comunicación en línea”, para evitar que se siga pensando que los escenarios mediados por las tecnologías deshumanizan. La deshumanización se da también en la presencialidad cuando no se tiene en cuenta al “otro”, a la relación docente/estudiante. Estudiantes y docentes son reales, no virtuales, y por ello, la enseñanza, con o sin TIC, es real. Desde luego que hay diferencias entre enseñar presencialmente y enseñar en línea o “a distancia”, lo que no se modifica (o no debiera modificarse) es el vínculo con el estudiante. Este se potencia cuando los docentes tomamos decisiones -en función de cada uno de nuestros alumnos- sobre la forma de presentar los contenidos, el diseño de las actividades de enseñanza y de evaluación, el seguimiento y apoyo a los aprendizajes y la organización de los tiempos para lograr los objetivos.
Para que ese vínculo subsista, es pertinente poner de relieve que el cambio de la presencialidad a escenarios tecnológicos implica el empleo de estrategias diferentes y para que sean efectivas, debemos tener presentes algunas de las características de la enseñanza presencial en oposición a la enseñanza en línea. Entre esas diferencias está la copresencia de estudiantes y docentes en un mismo espacio físico durante un tiempo determinado lo que conlleva una permanente toma de decisiones antes, durante (sincrónicamente) y después de cada clase. La oralidad es el modo de comunicación lingüística por excelencia para la interacción, tanto para la enseñanza y el aprendizaje, como para la comunicación social relacionada o no con los contenidos a enseñar y aprender.
Por su parte, la enseñanza en línea (o “a distancia”) es un proceso formativo que utiliza como soporte diversos medios de comunicación, especialmente asíncronos. Este rasgo determina que sea el modo escrito el que predomina en la comunicación lingüística. Requiere de una atenta selección de los contenidos a enseñar, de los formatos elegidos para presentárselos a los estudiantes y de la redacción meticulosa de las consignas para su efectiva apropiación a partir de las actividades que deberán, también, planificarse puntillosamente. Si bien esta modalidad permite la sincronía con el uso del chat o de la videoconferencia, son también fundamentales las decisiones tomadas antes de esos encuentros pues su estructuración debe ser más pautada que en la presencialidad, por el efecto que provocan las pantallas en la atención del estudiante.
La planificación es esencial en ambas modalidades, pero cuando la comunicación se da “cara a cara”, la comprensión de la situación no depende solo de la comunicación lingüística lo que hace que el docente, “in situ”, pueda modificar lo planificado en aras de una mejor comprensión. Cuando se emplean las tecnologías, la planificación debe ser más cuidadosa para facilitar el aprendizaje previendo posibles confusiones. La enseñanza a distancia no puede replicar la presencial, sino que tiene otras dinámicas que necesitamos conocer para generar interacciones significativas para enseñar. Un aspecto nada menor a considerar es la dosificación de los contenidos y de las actividades para evitar la recarga cognitiva, la infoxicación y la frustración del estudiante que se encuentra en una modalidad nueva y que le demanda más tiempo para cumplir con sus obligaciones y, lo más importante, para que aprenda con sentido. Cantidad no es sinónimo de calidad ni en la enseñanza mediada por las tecnologías ni en la enseñanza presencial. Desde las didácticas específicas, coordinar las actividades a proponer es una estrategia a tener presente sin afectar la calidad de la enseñanza.
La situación actual de la pandemia habilitó la apertura de las instituciones educativas bajo determinadas circunstancias y, por ello, cobró relieve la enseñanza semipresencial como una opción válida para continuar con los procesos de enseñanza. Denominada por muchos blended learning, también se la llama híbrida, flexible, mixta, bimodal porque se caracteriza por emplear estrategias y recursos de la presencialidad mezclados con los de la enseñanza en línea. Esta modalidad comparte con la enseñanza en línea que no se limita a incorporar materiales impresos digitalizados, sino que aprovecha esos y otros materiales de calidad que ya existen en Internet a partir de actividades que promuevan la interacción de los estudiantes con esos contenidos. Para ello, Internet (si se buscan en ella materiales de calidad) es biblioteca, fonoteca, mediateca, así como editorial y medio de comunicación que hay que aprovechar. El desafío reside en cómo “mezclar” las instancias presenciales con las instancias en línea para que sean verdaderas y significativas oportunidades para aprender y asegurar la continuidad de los procesos de aprendizaje.
En resumen, reconocer las características de estas tres modalidades resignifican las formas de interacción, de intervención pedagógica y de negociación y construcción de significados (Tarasow, 2010). Pensar en los infinitos recursos que proveen las tecnologías, sea cual sea la modalidad, nos interpela a generar procesos de enseñanza y de aprendizaje, en donde, siempre, se deberá asegurar el encuentro, el vínculo con el estudiante.
De Breve guía para la enseñanza en línea, disponible en: https://iriscarames.blogspot.com/2020/05/breve-guia-para-la-ensenanza-en-linea.html
[1] “Tecnologías”, “Tecnología”, “TIC” y “Tecnologías de la información y comunicación” se emplean con el significado definido por Pedró (2012): conjunto de redes, dispositivos, aplicaciones y contenidos digitales que se utilizan tanto para comunicarse con otras personas como para obtener, producir o compartir información.
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