(Escribe  Psicóloga Serrana Banchero)Desde el rol de psicóloga, mamá, amiga... cada vez escucho con más frecuencia la inquietante referencia a la intimidad, ya sea como un desafío o una necesidad.

Parecería que esta dimensión de la vida y nuestra forma de vincularnos en general cobra relevancia en tiempos de aislamiento (físico - social) donde comenzamos a compartir todo el día con otros o estamos solos en el hogar.

Hasta hace muy pocos días, vivíamos una vorágine que a muchos no nos permitía tiempos de ocio y conexión con otros, ni con nosotros mismos. De la noche a la mañana, casi como caído del cielo, nos llega el tiempo. Tiempo para estar en casa con otros o solos, para hacer nuevos intercambios, para el ocio, para reflexionar, para trabajar o hacer cosas que hace tiempo no hacíamos.

Se hace presente la necesidad de gestionar ese tiempo, de hacerlo valioso y fructífero, pero no todos lo perciben de la misma manera. Para algunos es agobiante, eterno, no pudiéndole encontrar un sentido. Para otros, una oportunidad de enriquecer sus vínculos y profundizarlos. Esto se podría hacer con alguien con quien convivimos u otros que están más lejos y que incluso hace tiempo no vemos. Incluye a la pareja, amigos, compañeros de trabajo, hijos, alguien de la familia, personas cercanas pero que no conocemos mucho.

Si bien el formato de interacción virtual a través de redes sociales para conectarnos o conocer gente hace tiempo está presente  - evidenciando el aislamiento en el que ya vivíamos - se hace más visible ahora en nuestra cotidianidad y en todas las edades.  Es así que dicho formato se amplifica y en muchos casos es “la modalidad” de comunicarse. Tengamos presente que estar conectados no es lo mismo que comunicados. En la conexión virtual hay más espacio para la fantasía y lo implícito, depende mucho de lo que cada uno quiere mostrar o proyecta en el otro. Es una vía de interacción donde lo privado se hace público. Hay quienes piensan que para que un vínculo sea real necesita de la presencia física del otro en algún momento.

Con la expresión “En la lucha por la intimidad”, pretendo reflexionar sobre el desafío que implica la intimidad y que puede estar o no presente en nuestros vínculos. A veces podemos optar por ella y otras no, dependiendo del tipo de interacción que queramos tener.

Este movimiento hacia afuera con un otro lleva implícito el movimiento hacia adentro nuestro, de intimar con nosotros mismos, observarnos, escucharnos, percibir nuestras necesidades e identificar las acciones transformadoras. Quizás en estos tiempos de aislamiento lo que más nos cuesta es encontrar un contexto íntimo para tales movimientos, nos puede pasar que tengamos que hacer malabares para encontrar espacios “privados” en el hogar o esperar los momentos oportunos y de disponibilidad de los demás. Sobre el abanico de búsquedas de la intimidad aparecen personas que dialogan sentadas en el piso del balcón tapados con una frazada, con auriculares, otras aprovechan mientras los hijos miran los dibujos o en horarios poco habituales durante el día, también hay personas que sin tener a alguien a quien abrazar creativamente envían mensajes o audios cargados de mimos y durante el intercambio se revalorizan diferentes aspectos.

¿De qué hablamos cuando hablamos de intimidad?

Intimidad es la comunicación profunda, abierta y sincera con el otro empezando por uno mismo, se desarrolla en un contexto de cercanía, hermandad y confianza. Según, López Rosetti (2017) es la “expresión de la mutua empatía. Es conocerse recíprocamente sin limitaciones, sin secretos ni ocultamientos”.

Incluye lo verbal y lo no verbal.  Permite expresar lo que sentimos y necesitamos. Es darse a conocer sin perder la individualidad, requiere un nivel de compromiso y de entrega alejado de los juicios o estrategias de manipulación. La intimidad no es inocua, otorga intensidad a los vínculos, los hace más permanentes. ¿Será por eso que no siempre estamos preparados para generar vínculos íntimos?

El contacto íntimo entre personas surge cuando una de ellas comparte con la otra su realidad y el otro, desde la escucha noble, la comprende sin juzgarla o tratar de cambiarla. El desafío o lucha entonces es escuchar la realidad del otro, al mismo tiempo que  compartimos la nuestra, atravesando las posibles interferencias que pueden estar presentes.

En este sentido, es casi imposible experimentar intimidad cuando uno o ambos están usando muros o barreras emocionales o mentales. Estos muros pueden ser explícitos o implícitos, verbales o no verbales, se manifiestan a través de acciones, emociones o pensamientos, pueden ser gestos, juicios, silencios, ironía, falsa amabilidad, inexpresividad de emociones, enojos, indiferencia, desvalorización u otras formas de distanciamiento.

Hay quienes temen a la intimidad por creer que les traerá sufrimiento. Algunos creen que les están otorgando control al otro sobre sus vidas, dando información o compartiendo emociones que puede ser usadas en su contra en algún momento. Temen ser rechazados, abandonados, vaciados, a mostrar su vulnerabilidad o a perder la individualidad. Es real que la intimidad es una danza donde cada uno a su ritmo va acercándose al otro, esto no sería posible sin la bidireccionalidad, la autopercepción, el autocuidado y la sinceridad.

Es importante entender que la intimidad mutua en un vínculo puede aliviar esos sentimientos, nos puede llenar la vida, nos conecta con quienes somos, nos une  de forma profunda, nos enciende, nos hace sentir realmente acompañados. En esta lucha por la intimidad, que triunfe la posibilidad de la misma, de hablar de cada uno y  saber del otro de una forma respetuosa y amorosa.