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(Escribe prof. Alejandro Carreño) Cuando se trata de política, nuestro continente bulle. En eso los políticos son adelantados y buenos para agitar todo lo que les traiga cualquier tipo de beneficio. Se muestran a través de hechos o de palabras. Les encantan las declaraciones de la naturaleza que sea, aprovechando la contingencia que les ofrece el diario vivir latinoamericano. Por cierto, agradan a algunos, desagradan a otros. En Chile, por ejemplo, la designación de Patricio Morales Fernández como embajador en Uruguay, no hizo ninguna gracia a la Asociación de Diplomáticos de Carrera.
Y tienen toda la razón. Morales Fernández no tiene ninguna experiencia en política exterior o temáticas internacionales. Fue presidente del Partido Liberal y pare de contar. A mi modo de ver, los representantes de un país deben ser diplomáticos de carrera. Me suena un poquito a falta de respeto por el país que los recibe. Pero el gobierno dijo que estaba todo bien. Lo que no está nada de bien, por lo menos para Evo Morales, es que al alcalde comunista Daniel Jadue, de la comuna de Recoleta en Santiago, lo hayan enviado a la cárcel.
Sin tener idea de las razones que tuvo la justicia para formalizarlo y enviarlo a prisión (se le acusa de fraude al fisco, cohecho y otras yayitas), Morales, que quiere recuperar Palacio Quemado “a las buenas o a las malas”, declaró que el alcalde “es un preso político por enfrentar a mercado financiero”. Palabras que caen muy bien a su sector antiliberal, anticapitalista, anti todo lo que le parezca que huela a libre mercado. En una palabra, antiestadounidense. La izquierda radical latinoamericana lo aclama. Pero se equivoca, en Chile todavía no hay presos políticos.
Otro que no tiene moral para condenar el encarcelamiento del alcalde Jadue, porque tiene un tremendo tejado de vidrio, es Nicolás Maduro: “Es víctima de la infame estrategia violatoria de los derechos humanos mediante la instrumentalización de la justicia como modalidad de acción política”, fueron las palabras del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), al cual pertenece el dictador Maduro. Podrían, en realidad, mirarse al espejo y repetir varias veces sus declaraciones que les vienen como anillo al dedo.
Pero el régimen de Maduro tiene también un serio conflicto diplomático con Chile a raíz del secuestro y asesinato del teniente venezolano Ronald Ojeda, a manos de delincuentes venezolanos vinculados al crimen organizado, pero mandatados por el gobierno de Nicolás Maduro. Recientemente, Venezuela declaró por medio del Fiscal Tarek William Saad, que no extraditará a los criminales y que el crimen fue cometido por agentes chilenos con agentes extranjeros con “fines oscuros”. Para rematarla, acusó a la policía chilena de “falta de profesionalismo” en la investigación.
En todo caso, Maduro ya se acostumbró a reírse en la cara de Gabriel Boric. Y, como corresponde en estos dimes y diretes que no conducen a nada, La Moneda envió su nota de protesta que, estoy seguro, ya está en el basurero. En realidad, la política latinoamericana se caracteriza por estas polémicas propias de conventillo que en nada ayudan a la buena convivencia, ni mucho menos a solucionar problemas como el crimen organizado, que se ha adueñado del continente. Uno de nuestros males es la polarización de la política. Ahí radica la madre del cordero.
En Argentina, por ejemplo, la oposición no asume que Milei, en las antípodas de la izquierda, es quien gobierna el país. Ha tenido aciertos y desaciertos, pero, en general, ha sido consecuente con lo prometido en campaña. Y eso siempre se valora. Ahora eliminó la Subsecretaría de la Mujer que, a su juicio, fue creada “para imponer una agenda ideológica”. Restos, en realidad, del Ministerio de Mujeres, Género y Diversidades, a todas luces, un gasto oneroso para el país con el propósito de propalar la ideología de género propuesta por la ideología izquierdista.
Se podrá o no concordar con la casta política y sus discusiones y declaraciones, muchas veces más altisonantes que efectivas. Pero estamos sujetos a sus diatribas y ambiciones políticas que suelen dañar no solo al propio país, sino también a toda América Latina.
La solución está con nosotros en las urnas. Escoger mejor a nuestros gobernantes no depende de ellos. Por lo menos donde todavía podamos hacerlo libremente.
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